martes, 21 de agosto de 2007

Entre la FE y la ERRATA. Entrevista a Armando Uribe.

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Por Cristián Arregui Berger


Esta entrevista fue realizada hace tres años, algunos meses antes de que Armando Uribe ganara el Premio Nacional de Literatura. La idea original era incluirla en una revista cultural cuyos gestores decidieron finalmente no publicar. Ha permanecido inédita hasta ahora.

C.A.: Sus lectores siempre hemos entendido que usted es un autor católico. Así lo ha manifestado en más de una ocasión, con opiniones que no han dejado de ser polémicas. Ha demostrado que es una persona muy preocupada de la tradición de la Iglesia Católica, de lo dogmático y ortodoxo, una posición que por lo general, dentro del sentido común actual de los chilenos, a menudo se relaciona con una posición política conservadora, más bien de derecha. Sin embargo, usted es una persona de izquierda, lo que puede parecer paradójico. ¿De qué catolicismo se siente parte usted? ¿De qué izquierda? ¿Le parece que su posición a este respecto tiene más que ver con una postura política que actualmente no tiene representatividad en los partidos que hoy participan en las elecciones?


A.U.: No tiene representación, representatividad puede tener. Lo que pasa es que está excluida legalmente la posibilidad de una representatividad de sectores que han sido históricamente amplios, pero no hay ningún sentido para pensar que no lo puedan ser todavía o en el futuro. Respecto a la primera parte de su pregunta, le señalo que en las capas populares ha habido y sigue habiendo, pese a la presencia de la Iglesia Evangélica, una presencia de lo católico en sus ritos, de modo que no se puede pensar que la religión católica cristiana esté reservada a las capas más aprovechadas económicamente o socialmente. De modo que a mí me parece que el creer que por ser católico cristiano haya que ser de derecha, es un lugar común completamente equivocado. En lo religioso, yo me siento parte de la Iglesia Católica Romana Apostólica. Ahora, en cuanto a lo político, la verdad es que yo siempre me he mantenido, desde la adolescencia hasta ahora, en el mismo tipo de posiciones frente a lo que pasa en la vida política, social y económica. Lo que ha ocurrido es que manteniéndome yo en la misma posición, he ido quedando cada vez más en lo que llaman “izquierda”, a veces de una manera que puede parecer extrema en algunas materias, con lo que parezco ubicarme más a la izquierda de lo que se llama “izquierda” en la Concertación, y esto, repito, sin haberme movido de la posición que he ido teniendo desde la adolescencia. De modo que mi posición en estas materias políticas y públicas proviene mucho más de una actitud moral, en el sentido que, en lo público y en lo político, tiene que predominar el bien común, el bien general, el bien de los más desposeídos que forman la grandísima mayoría de este país. Actitud que es también doctrinaria-religiosa y psicológica, por cierto.


C.A.: Siguiendo con el hilo conductor de nuestra realidad nacional, me gustaría considerar ahora lo que usted propone en su ensayo “El Fantasma Pinochet”, publicado luego con el título “El Fantasma de la Sinrazón”, donde plantea que Chile y los chilenos nos caracterizaríamos por un intento continuo de legitimar la violencia. Esta violencia que pretende legitimarse habría sido una característica central del Régimen Militar, pero no sólo de éste. Toda nuestra historia nacional estaría cruzada por ella. Aún más, podemos desprender de su escrito – y en esto me gustaría saber su opinión –, que la poesía nacional también es una forma en que esta violencia nuestra se halla legitimada a través del decir poético. Este enunciado: Chile, donde la violencia quiere ser legítima ¿debemos entenderlo, más que como una crítica a determinada forma de gobierno, como una constatación lúcida de nuestra realidad nacional? Si es así, podríamos ver esto en su propia obra ¿Es en este sentido en el que habríamos de entender su “Odio como odio/ Rabio como rabio”, por ejemplo?


A.U.: La poesía, cuando es realmente poesía, cuando el tiempo ha comprobado que la hay en los versos o en la prosa de un autor, entonces esa poesía de veras es legítima, no es que pretenda legitimarse, aún cuando el que escribe y hace público lo que escribe es porque parte de la base de que es válido lo que ha escrito y, por lo tanto, hay ahí una voluntad de ser legitimado en cuanto poesía. Es exacto el planteamiento de que en la poesía chilena más importante y verdadera hay grados bastante amplios de violencia y hasta de brutalidad, pero aquí esto se legitima por la calidad de la poesía.

La continuidad de la poesía chilena, que ha durado a estas alturas un siglo (lo que es muy extraño, muy poco frecuente) está marcada por esa violencia, y no puede dejar de estar marcada por esa violencia que existe en el país desde la Conquista. De modo que no es nada extraño que la poesía del siglo XX y estos años del siguiente, tenga como un rasgo común esto de la violencia, la fuerza y la brutalidad. También en lo mío, por cierto.


C.A.: En su obra está muy presente el tema de la muerte. En poemas sostiene que morirá el yo y el inconsciente personal, pero perdurará el principio divino: el alma. Paralelamente ha afirmado que actualmente vive un período de preparación para el buen morir ¿En qué consiste esta preparación para la muerte?


A.U.: El alma es dada a todos los seres humanos desde su nacimiento. Durante la vida personal cada miembro del género humano tiene su propio inconsciente subjetivo, pero además participa del Inconsciente Colectivo, que según Freud, Jung y otros psicoanalistas, es heredado. Ahora, esto se tiene durante la vida, pero con la muerte se pierde el cuerpo y la psiquis compuesta de la conciencia y el inconsciente. Se corrompe, se hacen “polvo, ceniza y nada”, como dice un soneto de Quevedo. El alma que es dada a cada uno y todos los seres humanos es entendida en la religión católica cristiana como eterna e inmortal y la Iglesia Católica, así como otras religiones, se plantea distintas formas de resurrección o transformación después de esta vida. En el Catolicismo, el dogma de la Resurrección de la Carne dice que habrá un momento, cuando el tiempo termine en el Juicio Final, en que resucitará la carne de los que se salvan, de los condenados y de los que tendrían que purgar o seguir purgando. En esta resurrección el alma se encarna en la carne resucitada, la cual consiste en este cuerpo que tocamos; el cuerpo mío, el cuerpo de usted.

La preparación para la muerte es algo muy antiguo en esta sociedad cristiano-occidental. Llegando a edades avanzadas - y las edades no hay que entenderlas sólo en término de años cronológicos - las personas que podían hacerlo, dejaban un lapso entre la actividad mundana y la muerte, lapso que era utilizado en la preparación para morir. Esto ha disminuido mucho bajo esta ideología capitalista neoliberal, porque lo que llaman progreso científico ha alargado la vida y a la vez han producido medicamentos que permiten que gente de edad avanzada crea estar en condiciones de seguir operando en el mundo, satisfaciendo la vanidad de la exhibición y otras pulsiones o deseos que no son muy preparatorios para la muerte que digamos. Pero eso no es natural.

Prepararse para la muerte consiste en un examen de la propia vida pasada, en un ejercicio de la memoria consciente y donde también surge lo inconsciente. Yo digo siempre que no sólo hay que prepararse para bien morir sino también para mal morir, si es el caso. Esta preparación es necesaria no solamente para la persona que pueda hacerlo, sino también para quienes están a su alrededor, en el sentido que este examen de la vida provocaría una especie de sabiduría provechosa para los demás.


C.A.: Junto a la muerte, otro tema central de su obra –y del cristianismo- es la imperfección del ser humano, que contrasta con nuestra ansia de perfección. Un doble libro suyo, con un doble título: “Los ataúdes/Las erratas”, haría referencia a esto: la presencia ineludible del ataúd y la constante errata que significa existir. Considerando lo anterior ¿qué significado tuvo para usted escribir sus memorias? ¿Hay que considerarlas como una corrección de estas erratas o bien como un examen de conciencia que las reconoce?


A.U.: La noción de imperfección de los seres humanos la tenemos absolutamente todos mientras vivimos. El nacimiento significa una suerte de trauma en el inconsciente del que recién nace y que supondría la angustia primigenia de quien aparece a la luz del mundo. No hay nadie quien en toda su vida no vaya comprobando cada vez más las propias imperfecciones. Tenemos un cuerpo y sabemos que limitamos en él y no somos omnipresentes. Tenemos una psiquis que en la conciencia sufre toda clase de limitaciones. También sabemos que vamos a morir. Quién no ha tropezado alguna vez ¡imperfección, pues! Quién no ha estado enfermo. Las enfermedades son tremendas imperfecciones y la imperfección final (final entre comillas para los que creemos en la Resurrección de la Carne) es la muerte donde el ser humano se transforma en algo inorgánico como las piedras, como los minerales. A la vez, todos hemos nacido con un deseo de omnipotencia, de omnipresencia, de eternidad, y al ir conociendo las propias imperfecciones, vamos deseando la perfección, pues lo imperfecto existe respecto de algo imaginado como perfecto. Esto es la base de la creencia en lo divino.

En relación con la última parte de su pregunta, yo creo que la necesidad de examen de la propia vida en las personas que han llegado a edades avanzadas, es lo que está detrás del ánimo de escribir las propias memorias. Éstas son entonces como un examen de conciencia y, en lo posible, de lo inconsciente que uno ha vivido tal cual lo entiende en el momento de hacer ese análisis, de recordarlo y expresarlo en palabras escritas. Yo creo que es eso lo que hay en el caso de mis memorias. Hay otras memorias o publicaciones equivalentes que tienen como objetivo concreto darse justificación para lo que se ha hecho y dicho en la vida. En cierto modo se puede sostener que todas las memorias son exculpatorias, pero es una cosa de grados hasta qué punto lo que se escribe es para justificarse o incluso para señalar las propias fallas.


C.A.: Cito ahora un poema de su libro “Verso Bruto”: “Su belleza era tan intensa / que no la vi divinidad. / Vedla ahora sin edad / pálida, lívida sin trenza. / No ha de haber muerte que la venza”. La muerte de su mujer, de su amada, de su esposa que tras la muerte pasa a ser su Esposa, con mayúsculas, cumpliendo así un misterio que cruza toda la tradición del amor en Occidente: el amor que se intensifica con la separación. Pues si el matrimonio es un ascetismo – como lo dice usted en uno de sus poemas -, la muerte viene a transformar este amor en un ascetismo radical, cumpliendo un sacrificio que como bien lo sabían, por ejemplo, los trovadores medievales, transforma interiormente al enamorado. Ella, de alguna manera, se diviniza y resucita en usted. Don Armando, citando un verso de Gonzalo Rojas: ¿Qué se ama cuándo se ama?.


A.U.: Yo tengo el pudor de no referirme a la persona precisa en esta conversación como en otras, pero sí puedo hablar del tema que usted plantea. El amor terrenal es una virtud cardinal, central y junto con la fe y la esperanza, está el amor bajo la palabra “caridad”. El amor en este mundo como reflejo del amor divino, cosa fundamental en las iglesias cristianas y en otras también. Este amor se puede sentir y expresar, aunque la palabra sentir tiene que ver con los sentidos y esto no es sólo cosa del sentido ni tampoco de la pura psicología, porque la psiquis es también carne. El cuerpo y la psiquis son vehículos de esta luz que sería la del amor.

Yo digo en mis memorias que al preguntarme un amigo cómo era mi mujer, yo dije que la consideraba una visitación de la divinidad. Es perfectamente posible que esto sea válido en general para el amor. Hay una participación de la Gracia y del alma en el amor terrenal, y pienso que la hay en las más distintas especies de amor. El amor a un animal doméstico, por ejemplo, o aún el afecto que uno le tiene a cosas, ya sea por recuerdos o por tendencia a la belleza, pueden no ser expresiones viciosas del ánimo de poseer. Entonces lo que se expresa tiene reflejo de un orden divino.


C.A.: Para terminar, me gustaría proponerle un ejercicio. Yo le recito parte de un poema – en este caso en prosa – y usted intenta responderme con frases cortas o en verso. Esto es parte de “Los Misterios” de Miguel Serrano, autor a quien usted recientemente ha escrito un postfacio, en la redición de “La Flor Inexistente”. Dice así: Y cuando yo muera, gritaré también hacia el hueco de las sombras: “¡Ayúdame, ayúdame oh niña amortajada!” Y cuando mi cabeza caiga hacia atrás no habrá nadie para sostenerla, nadie, nadie… Porque yo he vivido en sueños, lleno de sueños, como un loco…”.


A.U.: Lo que está expresado ahí de forma muy precisa es aquello a lo cual queríamos llegar cuando hablábamos de la naturaleza del amor. Yo creo que cuando un amor es llevado a los últimos límites es siempre un amor desesperado, un amor que nace incluso de la angustia y que termina en ese texto por llamarse un amor loco. Está la famosa expresión en francés, pero existe en todas las lenguas, del “amour fou” y también en las mitologías, incluso en la aparición sonriente de Cupido con su arco y su flecha en el aire, hay más de un grado de locura. Como comprueba usted, yo no hablo en verso, pese a que creo que en la vida de todos los seres humanos, cuando las palabras surgen de una situación extrema, esas palabras contienen poesía.


Santiago de Chile, 2004.

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La fotografía que encabeza esta entrevista ha sido gentileza de la Agencia Can-Avis y Be-uve-dráis Editores.


 
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